martes, 28 de junio de 2011
viernes, 24 de junio de 2011
Crónica falsa de Ignacio
Despertaste ese día por un sonido que venía del exterior. Tus pies pronto tomaron la temperatura del piso y deseaste haber aceptado las pantuflas con cabeza de oso polar que te había querido regalar Marita. Te asomaste por la ventana y si, era otoño otra vez. Beto, el perro de tu hermana, estaba jugando con las hojas secas debajo de tu balcón. Pensaste que en el contrato hospitalario no cubría ese tipo de eventos. Te miraste al espejo: había un hombre de unos veintipico de años, que había dejado el gimnasio hace tiempo y en la punta de la barba había unos pequeños colorados infiltrados. De repente, otro sonido. La dirección indicaba hacia la ventana. El colectivo que te tomabas todas las mañanas estaba pasando en ese instante. Frenéticamente, tomaste el saco azul que no te gustaba, los guantes de lana que te recordaban el viaje al Norte del año pasado y las zapatillas que contaban el partido de fútbol de la noche anterior. Esperabas el colectivo y te empezaste a preguntar por las personas que siempre veías en la parada a la misma hora.
Empezaste observando a un hombre de estatura mediana, tal vez un profesional por su traje, portafolio y su peinado (ridículamente, pensaste) engominado. Sabías a qué hora se tomaba el colectivo. Lo viste subir y encontrar mirada con una mujer que siempre usaba un vestido de lunares rojos. La mujer, lo observaba desde la parada siguiente, pero nunca se tomaba ese colectivo. Te preguntaste por qué todos los días y a la misma hora, se quedaban mirando, sonreían y luego la mujer se sonrojaba. Ese día bajaste del colectivo en la parada de la mujer. Esperaste a que emprendiera el viaje, subiste al colectivo detrás de él y la observaste con sigilo. No habías notado, hasta ese día, que tenía un lunar en la frente y una sonrisa infantil. La mujer miró por la ventana y desde una parada un niño con delantal blanco la saludaba con entusiasmo. Ella le dibujó un sol por la ventana, el niño asintió con la cabeza y le enseñó un dibujo hecho con témperas de un arcoíris. El colectivo retomó el viaje, ellos se despidieron con una sonrisa. Esperaste a encontrar algo más. Unas manos delgadas y con un reloj de plata dejaban sobre un asiento una carta. El papel viajó solitariamente hasta la parada siguiente en la que otras manos más pequeñas y algo rosadas lo encontraron. Unas lágrimas mojaron los dedos, después la carta, precisamente en las palabras “te espero”.
Conspiraste en contra de la percepción guiada por los hábitos; como un pintor que descubre sobre su obra casi finalizada, formas que no había ideado. Eso exigía combatir la geografía urbana cotidiana…
Por momentos dudaste si no estabas en un happening, esa creación espontánea donde se diluyen las fronteras entre el espectador y el creador; aunque te resististe a esa palabra por declararla “sesentista”.
Lo sé, Ignacio, porque leí un diario que dejaste caer en la reunión sobre la que presumimos que no estabas, pero al igual que a tus personajes de colectivos, nos observaste. El diario, un cuaderno de tapas verdes y fotogramas de películas en las esquinas, guardaba celosamente tu historia del día; precisamente en la puerta del restauran. Esas historias hiladas entre parada y parada te ocuparon toda la tarde y por la noche fuiste a nuestra primera reunión del taller literario. Tal vez habrás llegado justo en el momento en que hablábamos de la inspiración, cuando nos preguntábamos cuál era la llave que abría a ese paraíso donde las ideas se impregnan en nosotros y nos sucumben hasta que las volcamos en textos. La reflexión te habrá parecido tremendamente aburrida, claro! si vos sabés que no hay que pedirle nada a la imaginación, la realidad es nuestra fuente de inspiración más genuina.
Empezaste observando a un hombre de estatura mediana, tal vez un profesional por su traje, portafolio y su peinado (ridículamente, pensaste) engominado. Sabías a qué hora se tomaba el colectivo. Lo viste subir y encontrar mirada con una mujer que siempre usaba un vestido de lunares rojos. La mujer, lo observaba desde la parada siguiente, pero nunca se tomaba ese colectivo. Te preguntaste por qué todos los días y a la misma hora, se quedaban mirando, sonreían y luego la mujer se sonrojaba. Ese día bajaste del colectivo en la parada de la mujer. Esperaste a que emprendiera el viaje, subiste al colectivo detrás de él y la observaste con sigilo. No habías notado, hasta ese día, que tenía un lunar en la frente y una sonrisa infantil. La mujer miró por la ventana y desde una parada un niño con delantal blanco la saludaba con entusiasmo. Ella le dibujó un sol por la ventana, el niño asintió con la cabeza y le enseñó un dibujo hecho con témperas de un arcoíris. El colectivo retomó el viaje, ellos se despidieron con una sonrisa. Esperaste a encontrar algo más. Unas manos delgadas y con un reloj de plata dejaban sobre un asiento una carta. El papel viajó solitariamente hasta la parada siguiente en la que otras manos más pequeñas y algo rosadas lo encontraron. Unas lágrimas mojaron los dedos, después la carta, precisamente en las palabras “te espero”.
Conspiraste en contra de la percepción guiada por los hábitos; como un pintor que descubre sobre su obra casi finalizada, formas que no había ideado. Eso exigía combatir la geografía urbana cotidiana…
Por momentos dudaste si no estabas en un happening, esa creación espontánea donde se diluyen las fronteras entre el espectador y el creador; aunque te resististe a esa palabra por declararla “sesentista”.
Lo sé, Ignacio, porque leí un diario que dejaste caer en la reunión sobre la que presumimos que no estabas, pero al igual que a tus personajes de colectivos, nos observaste. El diario, un cuaderno de tapas verdes y fotogramas de películas en las esquinas, guardaba celosamente tu historia del día; precisamente en la puerta del restauran. Esas historias hiladas entre parada y parada te ocuparon toda la tarde y por la noche fuiste a nuestra primera reunión del taller literario. Tal vez habrás llegado justo en el momento en que hablábamos de la inspiración, cuando nos preguntábamos cuál era la llave que abría a ese paraíso donde las ideas se impregnan en nosotros y nos sucumben hasta que las volcamos en textos. La reflexión te habrá parecido tremendamente aburrida, claro! si vos sabés que no hay que pedirle nada a la imaginación, la realidad es nuestra fuente de inspiración más genuina.
miércoles, 22 de junio de 2011
Algo que encontré anoche!
Buscando inspiración para escribir en función de una de nuestras consignas..
me dio gracia encontrarlo, asique lo comparto!
un abrazo
viernes, 10 de junio de 2011
LQS: ¿Lo que sería?
Cumpas,
He andado disperso, y tal vez la misma declaración sea atribuible a todos. Pero ¿tenemos ganas de continuar con este espacio? Espero que mi respuesta afirmativa también pueda serles atribuida a todos.
Si les parece, nos encontremos el lunes que viene en casa, en horario a confirmar. Avísenme.
Abrazos,
Hora
He andado disperso, y tal vez la misma declaración sea atribuible a todos. Pero ¿tenemos ganas de continuar con este espacio? Espero que mi respuesta afirmativa también pueda serles atribuida a todos.
Si les parece, nos encontremos el lunes que viene en casa, en horario a confirmar. Avísenme.
Abrazos,
Hora
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