lunes, 23 de mayo de 2011

Alpiste, perdiste ®

…basta sólo respirar para darnos cuenta que los miedos están en cualquier lugar. Específicos, inespecíficos, generalizados o no, los miedos están.

Mi fobia es muy particular, lleva alas, plumas, pico y hasta se cree inserta en la sociedad, tal como lo describiría una amiga al pasar.

Siempre esquivándolo, huyendo de él, intentando escapar en pos de reducir la ansiedad. Su presencia no permite que desarrolle mi vida con normalidad, pues su ausencia sólo posibilita mi fácil andar, y por su contrario su presencia mi dificultad.

Desde que esto comenzó extraño caminar sin tener cuidado del lugar por el que voy pisando. Extraño también dar pasos en línea recta, pues cada tanto debo dibujar una circunferencia para poder pasar. Incluso añoro esos momentos en los que era yo quien disfrutaba viendo y tildando de loco a los que se asustaban por nimiedades en la vía pública. Ahora soy yo de quien se mofan...mis gritos de ansiedad por la presencia de ellas hasta me da gracia a mí por la irracionalidad que los envuelve. Pues si, me pasé al otro bando, “los fóbicos”.

Como todo fóbico atesoramos un objeto, preciado y venerado, que nos sirve de bastón al momento de cantar una canción o caminar sin ton ni son por las veredas de nuestro callejón. Si, es él, el popular “objeto contrafóbico”, ese amigo por el que “…cultivo una rosa blanca en junio como en enero; (…) para el amigo sincero que me da su mano franca…”. Ese es el amigo al que va dedicado este post; quién me posibilitó hoy entonar esta canción.

No fue hasta ayer que dos alitas se posaron en mi jardín. Me dispuse a abrir la puerta – ventana y salir a oler el olor a jazmín mientras controlaba que las prendas de vestir colgadas estaban prontas a resecarse con el sol de verano. Fue ahí como las encontré, solas, despeinadas y asustadas…no más que yo, por supuesto, que ante ese estímulo una sensación interna me dijo que entrara y jugara adentro de mi casa, sin salir.

Hasta que llego, si, llego, mi objeto. Como se esperaba vomité el problema y como caballero romano salió a la carga “me importas más tú que un pichón desplumado”. Voló uno, voló otro, naturalmente. Descolgué mi ropa y fui a jugar alegremente. Mi objeto contrafóbico se marchó.

No fue hasta hoy que mamá ganso decidió volver a intentar dar sus clases de vuelo en mi jardín nuevamente. Me pregunto, ¿por qué no se van a depositarles la impronta a otro lado? Se que mi jardín es una linda pista de aterrizaje y, consecuentemente, de despegué. Que está un poco deshabitado, aunque sucio, pero es mío y me pertenece. Todavía no abrí la academia de vuelo ornitológico... ¡a cagar fuego, joder!

Lo cómico de esta historia es que yo “lo sabía”, sabía que iba a suceder esto, pero esperé dispuesta a enfrentar mi miedo, a superarlo con creces. Así, tuve la oportunidad, antes de la premonición de que la avioneta con patas volvería a mi backyard, de sacar la ropa, pero no lo hice, esperé. Fue entonces que segundos antes de que me dispusiera a buscar la ropa comencé a sentir el aleteo torpe de un pichón, tras sucesivos intentos fallidos de lograr su objetivo de volar y volar hacia el río. Así dije: “llegó la hora”. Fui, sigilosa y punzante hasta la parte trasera de mi estación de paso, abrí la ventana y contrariamente a lo que hubiese esperado, mamá ganso alzó su campamento y emprendió vuelo…el pobre pichón se había quedado abandonado.

Una terrible pena invadió mi pecho, al mismo tiempo que un incalculable miedo. Me di palabras alentadoras, de coraje y abrí la puerta. Camine y alitas intentó, fallidamente, volar. Asústele nuevamente y falló otra vez. Según dicen la tercera es la vencida, así que puse un pie en el patio, el otro y voilà! Se fue.

Saqué la ropa, con ansiedad pero con el gusto a sal, a sal de la vida. Me metí para adentro, observé que no volvieran a aparecer. No conforme marqué mi territorio, salí a encender el fuego para poder bañarme y mis amigas con alas no volvieron a aparecer…

Y así termina dulcemente el miedo de no volver a volar otra vez…

05 de diciembre de 2008

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