-I-
El 1 de enero de 1996 me encuentra acá sentado en este bar, apoyado sobre la barra, bebiendo ya sin sed. Si sumo todos los números de la fecha que acabo de recitar voy a obtener tu edad dentro de dos años.
Jefe, la cuenta por favor. No. Prefiero seguir bebiendo. El amor con controles de alcoholemia no me la pone dura, dijo alguien por ahí. Mejor le hago caso.
Acaba de entrar Mrs Robinson ventilando sus enaguas y yo acá pensando. La veo de reojo.
Si sumo todos los números del 2 de enero de 1996 voy a obtener tu edad dentro de tres años.
-II-
Mrs Robinson pasó a mi lado y su perfume terminó de embriagarme. La veo de reojo esta vez con el otro ojo.
Me bajé del taburete y encaré –tambaleándome y como podía– para el servicio. Un mingitorio estaba vacío y en el de al lado meaba un lobo. Después de dos sacudidas –más de tres es paja– el lobo se fue. Yo lo saludé: “chau lobo feroz” y me dijo: “chau hombre araña”.
-III-
Volví a la barra y mi vaso estaba tal cual lo había dejado. Una borra verde, espesa pero medio transparente se había formado en el fondo del vaso. ¿Esto estaba bebiendo yo?
Levanté el vaso y miré a través de él: “todo está verde”, pensé. Y vos no estás ni verde, ni madura y tampoco estás acá, como me habías prometido que ibas a estar. Hoy voy a dejar mi disfraz colgado en otro perchero. Ahí vuelve Mrs Robinson.
Si sumo todos los números del 3 de enero de 1996 voy a obtener tu edad dentro de cuatro años.
Jefe, póngame otro más, por favor.
"Hoy voy a dejar mi disfraz colgado en otro perchero", que bella forma de decirlo, tanto que en alguna situación concreta que indique tomar ese tipo de decisiones, me imagino seria lindo recordar/retomar la metáfora
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